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Si un médico, un enfermero, se niega a practicar un aborto, no le meterán en la cárcel, no le multarán, y no se considerará que ha cometido un delito. Anunciar esto como noticia parece ridículo, pero en la Comisión de Derechos de las Mujeres e Igualdad de Género, del Parlamento Europeo, los partidos de izquierda intentaron que lo fuera y que se votara. Una diputada del Partido Popular en la Eucocámara, Rosa Estará, junto a otros muchos diputados, han impedido la votación, argumentando que carece de base jurídica. El péndulo de las prohibiciones se vuelve hacia las obligaciones, y nos quedamos a un milímetro del disparate. Hace casi nada, en algunos países abortar podía castigarse con la cárcel. El péndulo vuelve y se ha avanzado mucho, pero llegar a la normalización del aborto, y pasar, casi sin pausa, a una especie de obligación, desprende un aroma de falta de reflexión y sosiego preocupantes. Si seguimos por esta carrera llegaremos a exigir el certificado de aborto como un mérito para acceder a un empleo, y -qué sé yo- dentro de nada, a lo mejor las mujeres, a partir de cierta edad, resultarán sospechosas si no llevan encima un certificado notarial de que no son vírgenes. Ya sé que es una hipérbole, pero es que si hace media docena de años, me hubieran comentado que en un parlamento europeo se votaba la posibilidad de que si un médico se negara a practicar un aborto sería un delincuente, me hubiera parecido también una hipérbole. El aborto es un problema serio que ha hecho sufrir a muchas mujeres. De ahí, sin darnos cuenta, estamos pasando a la frivolización. Ya hemos frivolizado las relaciones sexuales, tratándolas como si fuera la acción de tomarse una copa. De ahí, a intentar anular la objeción de conciencia de terceros, se muestra el subconsciente totalitario de quienes más presumen de la defensa de la libertad. Bueno, de momento, si está de guardia, le llaman al quirófano y no quiere colaborar en un aborto, no será esposado y detenido. Al menos por ahora.