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Admitir como normal la injusticia y la discriminación es el primer paso para que una sociedad se despeñe hacia el estiércol.
En España, la mitad de las enfermeras tiene que soportar chistes sexistas, comentarios soeces y, en ocasiones, invasión deliberada de su espacio personal, según denuncia el Sindicato de Enfermería. Eso mismo, no les sucede a los enfermeros, lo que quiere decir que, o bien los gays son más discretos, o es que entre los heterosexuales abundan los groseros carentes de la más elemental educación.
A mí estas situaciones me producen vergüenza, y, también preocupación, porque una profesional de la sanidad que está agobiada por el posible acoso, o estresada, o tensa, puede ser menos eficaz en su trabajo, lo cual redunda en perjuicio de los enfermos.
¡Ah! La mitad de estos ataques, o físicos o psíquicos, proceden de sus compañeros masculinos. Ruego a los varones que piensen que esa compañera de trabajo podría ser su madre, su novia, su hermana o su hija. Y ruego, también, que los varones decentes denuncien, e impidan, esta grave anomalía.