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Cada día, en España, mueren tres personas a causa del ELA.

Es muy probable que esos tres enfermos se vayan de este mundo sin saber si ya han llegado las ayudas que prometió el Gobierno. Pero los que sí lo saben son sus familiares. Porque cuando se aprobaron las ayudas, la hija, el hijo, la esposa, el marido, hicieron planes. Podrían volver a trabajar, y con esas retribuciones, completar la ayuda al enfermo, contratando a alguien unas horas para que, en la dolorosa despedida, estuviera siempre bien atendido.

No se pueden hacer planes con la Administración. Su falta de respeto al ciudadano, su indiferencia a sus problemas, su insensibilidad es indignante. Y dura tanto, tanto, que llega hasta la muerte. Muerto el enfermo sólo queda el dolor. Y la rabia, porque no son perros, aunque algunos gobernantes los traten así, al despreciar al ciudadano, sin sentir la más mínima vergüenza. Como haría cualquier sinvergüenza.