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Ha pasado medio año desde que se aprobó la ayuda a los enfermos de ELA. Desde entonces han muerto más de medio millar de enfermos, sin que ni los enfermos, ni sus familias, vieran un sólo euro de los prometidos.
Recuerdo, cuando se aprobó, los rostros satisfechos de los políticos en sus declaraciones, que parecía que el dinero no procedía de los contribuyentes, sino de su bolsillo.
Movieron mucho la lengua para apropiarse del mérito, pero no han movido el culo para que las ayudas lleguen. Si lo mueven, será para ir a sentarse a algún restaurante. Hace falta tener poca vergüenza, mejor dicho ninguna, para que lo único que hayan aumentado hayan sido las peticiones de eutanasia. Los enfermos y sus familias, ante el desamparo prefieren la muerte. ¡Qué desprecio me inspiran estos presumidos gobernantes de tan escasa dignidad! ¡Qué conducta más repugnante, incitar a la esperanza y devolverles a la desilusión y a la eutanasia! Quedan 4.000 enfermos de ELA en España. Sin esperanza en su ánimo, y sin vergüenza en los gobernantes.